Un febrero adolescente de aquellos que avisaban al frío que viajábamos a Japón a recibir las enseñanzas de Hatsumi Sensei.
Años que consolidaban la idea de continuidad y comunicaba calidez en pleno invierno. Esa calidez solo es posible cuando procede del interior y se mantiene constante sin ser alterada por los cambios estacionales exteriores.
Este febrero, representaba la madurez del nuevo periodo.
En seis meses hemos viajado a Japón en 3 ocasiones. Objetivo claro y conciso, estar con quien se deja querer con el alma sin interpretaciones ni juicios de valor.
Una tenue luz sacude cada momento.
Cada instante con el Maestro, es instante divino y esto ocurre ya que el que escribe lo aprecia de esta manera. Es una oportunidad única de ir más allá de la vida dualista tal y como es el sentido de Jizo sama, atravesar la dualidad para encontrar la paz.
El dulce tacto y la manera “informal” quebrando en cada momento lo expuesto como “fijo” es algo que genera un esplendor refrescante.
Este viaje fue una oportunidad más de forjar el aspecto humano vital como guerrero incluso a la inversa. El aspecto guerrero como humano.
Devolver lo recibido, aunque sea poco, siempre que se dan las opciones y condiciones.
Hace ya algunos años escribí en un libro titulado “abreviando” el siguiente texto:
“LLEGÓ UN CARTA
Tras la muerte de mi hermano recibí una carta de Hatsumi Sensei. En ella se incluía una caligrafía. Esto ocurrió unos días antes del Taikai que dicté en Madrid, lo cual me sirvió de inspiración para poder proyectar las enseñanzas durante el evento. Dediqué el taikai a mi Maestro, Hatsumi Sensei y a la memoria de mi hermano Mingo. Uno de los caminos hacia el conocimiento reside en la renuncia, Es decir, en renunciar al conocimiento. Renunciar es una palabra que tiene un poderoso sentido; significa abandonar lo que uno conoce, abandonarse a lo desconocido…”
Hatsumi Sensei es una de las muy pocas personas que nunca me ha abandonado en ninguna de la circunstancia.
Keep going!
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